l a s F O T O S !!!

Vida de disipación, entretención y holganza. Buen vino, la mejor comida que se pueda pedir –esto es, con la que uno ha crecido- y claro, la familia, los amigos y sus descendientes.

Saqué fotos en la estadía.
Las mismas (no las distintas) se pueden ver en un sitio llamado Picasa WEB

Aquí están: (hacete un click en el link para ver el album)

Las de la gente en Buenos Aires:
http://picasaweb.google.com/javierwa/GenteEnBuenosAiresEnEl2007
_____________________________________________


La visita a casa de Paula Wasserzug y sus padres, Martín y Gabi:

http://picasaweb.google.com/javierwa/CipollettiYPaulita

__________________________________
Y por ultimo, las de la ciudad de Buenos Aires:
http://picasaweb.google.com/javierwa/BuenosAiresMayoDe2007

ya en Seattle




Mi mochila no pasaba dando vueltas en la cinta. Claro, como la mandé justo sobre la hora, habrá quedado ahí, en Atlanta. Eso me permitió tomar el colectivo 194 que va expreso al centro. Ahí aproveché el día tan lindo de primavera y me di una vueltita por el centro. Una vez más, los contrastes me atacaron. No pude evitar comparar los entornos. Buenos Aires y Seattle. Claro que no hay comparación. Pero tengan consideración con este argentino que cambia de realidades y siente el cambio en una especie de análisis sociológico que ni llega a ser amateur. No hay nada que hacer, a este lugar con sus torres y sus perfecciones primer mundistas, sus amables pero mecánicas sonrisas y su orden, le falta ángel. Al menos, claro para el que conoce tan bien los dos lugares. La gente espera que cambie el semáforo aún cuando no viene auto alguno, el colectivo te espera con paciencia, la gente que se acerca tranquilamente a la puerta, cada auto rigurosamente en su carril y la gente que camina por la derecha.
La llegada a mi cuevita fue de lo mejor. Después de la agitación de Buenos Aires, me vino bien un poco de paz. Claro que en unos días más se convierte en “demasiada paz” para pasar a ser “aburrido” un poco más adelante. Pero, por ahora, todo bien.
No me puedo afeitar, la afeitadora quedó en la mochila. Ya recibí trabajo, tengo una traducción para hacer, para el lunes. El clima de lo mejor, unos veinte grados que sumado a las flores que hay siempre en esta época en Seattle y el sol abundante. Esta tarde saldré a andar en bici.
Prendo la tele, se parece un poco, pero en inglés. Se habla de “American Idol” o de otras noticias importantes que no son más que lo que pasa en sus propios programas de TV. El noticiero local cuenta como en un barrio que nunca pasa nada, un adolescente bueno y callado, enloqueció y baleó a su vecino. Como baleó a uno solo, no sale en tanta noticia internacional, supongo.

Llegada a USA

Pasé por migración, aduana y llegué a una zona medio incierta. Había que pasar otra vez por seguridad para acceder a los vuelos domésticos. Seguramente, no confían en esos pasajeros que llegan de esos países “extranjeros” como les llaman acá y que pasaron por la seguridad de esos aeropuertos. Igual, me di cuenta una vez que estaba en el siguiente avión que me había quedado un alicate corta uñas, lo que no sería tan grave como una especie de herramienta múltiple, chiquita, que incluye un cuchillito de lo más afiladito que también estaba y había pasado la inspección de rayos equis tanto de Argentina como de Atlanta. Muy útil en caso de querer someter al personal del avión a mi voluntad si de pronto me poseyera de locuras aéreas violentas. Por suerte, estaba en manos (o en mochila de mano) de un pacífico sudamericano temeroso y respetuoso de las leyes.


Tuve suerte que no me revisaron en el Servicio de Agricultura y no me sacaron los sánguches de miga que me llevé de una panadería de barrio. Deliciosos, estaban. Esa fue mi alimentación en el aeropuerto de Atlanta.
Había una zona donde te tomaban el equipaje que había ya pasado por aduana para las conexiones pero se me ocurrió que si lo mandaba como estaba no lograba más que confusión, el vuelo que indicaba en la etiqueta ya habría salido.
En Atlanta, decía, me encontré que era tarde para abordar mi conexión a Los Ángeles de donde tomaría un tercer avión hacia Seattle. Por eso, debía dirigirme al mostrador de “re-booking”. Pero, la cola que tenía que hacer era kilométrica. Parece que como se venía fin de semana largo (el lunes es feriado) y estaba todo el ejército invasor haciendo cola, con uniformes y todo. La escena podría muy bien usarse para una película, había mucho uniforme ahí, hombres y mujeres, blancos, negros, altos, bajos. La mayoría del ejercito pero también se veían unos marines. Unas mujeres de cierto grado, supongo, los llevaban a la fila gritando como si fuera que se portaron mal. Curioso, no es que las ordenes militares a los gritos sean nuevas para ya que pase 14 meses en un loquero de esos. Lo distinto en este caso es que eran mujeres. Otra mujer pero con uniforme del personal de seguridad del aeropuerto grito órdenes a la horda uniformada en una o dos ocasiones. Será que le gustaba el estilo militar porque parecía una sargenta más.
Todos con papeles oficiales en mano, calculo que seria al pasaje que el gobierno les da. Tenía membrete de una agencia de viajes, así que supongo que alguien esta haciendo mucha plata como intermediario de todo este personal militar que se mueve por todo el país.
Era claro que esa cola me llevaría mucho tiempo. Traté de encontrar un teléfono para hacer el trámite de revocación de vuelo, pero no había ninguno a la vista, y tampoco cerca según me informaron ahí. Traté de salirme hacia la zona de check-in y boleterías, pero no me dejaron porque tenía el equipaje conmigo etiquetado para LXA (Los Ángeles). Finalmente, le expliqué mi situación a un señor alto de saco azul que organizaba e informaba. Habló con alguien de Delta y me llevó a un teléfono. Del teléfono pasé a un mostrador donde había otros en la misma situación provenientes de otros continentes. En el mar de uniformes, nosotros, los civiles, nos destacábamos muchísimo.
Después de mucho conversar, parecía que ellos también estaban en problemas porque no encontraban informaciones en las pantallas y no les salían los papeles que tenían que salir de las impresoras, les dije que me dieran un hotel y que saldría gustoso en un vuelo a Seattle la mañana siguiente. Pero no, me pusieron en standby en un vuelo directo que salía en una hora. Estaba en el puesto décimo y me dije “no voy alcanzar a entrar, seguro me dan hotel”. Me parece que fue esa posibilidad que hizo que me hicieran entrar en el vuelo. Claro, a otras personas que estarían esperando en la misma situación, no les tenían que dar nada porque no estaban en tránsito como yo. Me paré frente al mostrador, junto a la puerta de embarque y me llamaron ¡“uáserzag”! fue así que en lugar de volar a Los Ángeles y de ahí a Seattle llegando a las ocho y media, volé directo y llegué al mediodía.

LA VUELTA

Vuelo al norte
Cuando me metí en la autopista hacia Ezeiza, la cantidad de vehículos me sobresaltó. Estuvo congestionado por unos minutos y después, todo bien, rápida la circulación. Llegué a Ezeiza muy temprano, no hice cola para el check-in y hasta me tomé un Gancia en el muy mal atendido bar del primer piso. Lo tomé como alegre experiencia folklórica de despedida. Y me dirigí a pagar el diezmo menemista (con perdón) a los concesionarios feudales del aeropuerto. Cincuenta dinares rioplatenses.
El avión estuvo en la manga como 45’. Se veían aviones que salían y el nuestro no. Chileno, brasilero y quien sabe que otros salían. El de Continental y el mío, de Delta, esperaron un rato largo. Y a mí, mirando por la ventanilla, se me ocurrió que debe ser por lo que la empresa americana (tan concentrada siempre en la seguridad) optó por hacer en respuesta al asunto éste de la seguridad aeroportuaria tan de actualidad en Ezeiza… El piloto explicó por altoparlantes que se debía a que había muchos aviones en la fila para despegar. Claro, como van a decir que no quieren salir hasta asegurarse que no hay tráfico intenso y que no van a haber choques en los aires argentinos.
El vuelo, bien, la verdad que dormí mucho y me pude hacer de una salida de emergencia, llamada también, “emergency exit”. En estas filas que dan solamente a quienes aparecen aptos para moverse en casos de emergencias a la inspección visual de los representantes de la empresa, hay mucho espacio para piernas largas como las mías. Dos asientos para mí solito. Un lujo asiático.
No me imaginaba lo que sería cuando llegara a Atlanta.