Originalmente, había pensado visitar alguna de las ciudades famosas como Nice o Marseille (Niza o Marsella). Pero, para llegar en el mismo día a Barcelona como tenía planeado, no me coincidían los horarios y las combinaciones que podría haber hecho se hacían muy largas. Por eso elegí visitar Montpellier y la verdad, ¡fue una muy buena idea!
Me levanté muy temprano, hacia frío y me hice café con leche. Junté mis cosas que traté de no desparramar demasiado en el piso de mi cuarto prestado en los suburbios de París. Mientras preparaba mis pertenencias tratando de no hacer mucho ruido, le di una miradita al refugio de las últimas tres noches. Era el cuarto del hijo mayor de Lucy que estaba viviendo en el sur, en algún lugar que ya me olvidé. La cama era grande, cómoda y calentita, dormí muy bien ahí. En estas situaciones, es siempre muy importante mantener las pertenencias más bien juntas y en cierto orden porque es bien fácil dejar cosas olvidadas y se hace muy difícil recuperarlas. Siempre está el correo, claro. Pero si me olvidaba algo en casa de Lucy, la obligaba a ir al correo, mandar el paquete, lo que no es para nada barato, ponerla en molestias y gastos. No, mejor tener cuidado. Esas mañanas en que uno parte, hay que levantarse súper temprano y no se puede evitar cierto nerviosismo por perder el tren y que el plan para ese día se vaya al cuerno. Esa nebulosa sensación de “todo lo que podría haber hecho hoy si no hubiera perdido el tren”.
La noche anterior había llegado el mayor de los dos varones que vive al sur. Comimos juntos y aunque lo pensé, me olvidé de sacar la foto de la comida esa tan acogedora, tan chilena pero en Europa y tan familiar. Una linda escena que me quedó grabada en el recuerdo de París. Era comida casera cocinada por Lucy con alguna que otra cosita que yo había comprado como para contribuir. Fue lindo haber comido en la cocina –igual, en el living no había mesa- porque comer en la cocina es más acogedor, le da más aire de esa cosa cotidiana, cálida y hogareña.
Antes de irme, Lucy, que había establecido su dormitorio en un rincón del living del departamento, se despertó y nos despedimos.
Salí a la fría mañana del suburbio parisino, todavía estaba oscuro. Me tomé el Metró (que ya funcionaba perfectamente) hacia la estación Lyon de donde salía mi tren hacia el sur. Llegué con mucha anticipación así que tuve tiempo de dar unas cuantas vueltas, por la estación y por las calles de los alrededores, y sacar fotos. También, me puse a conversar con un conductor que se asomó por la pequeña ventanita de la trompa del tren que parece la de un avión. Él me lo confirmó: el tren circula a 220 kilómetros por hora. Mi último tren francés era, como los otros rápido, limpito y moderno. Aunque, honestamente, no se lo veía tan acogedor y moderno como los trenes suecos o alemanes. Tampoco como el tren rapido de Espana que es bien lindo y moderno. El francés era más rápido, eso sí.
Un argento en la estación parisina de LYON
Montpellier
En la ciudad de Montpellier tenía pensado pasar unas horas antes de tomar el tren hacia Barcelona.
Debido a los atentados en los trenes, la estación no contaba con guarda-equipaje. ES que todo guarda-equipaje debe contar con aparato de rayos X y no todas las estaciones estaban dotadas de esa tecnología. Para descubrir todo esto, tuve que subir y bajar las escaleras de la estación con mi mochila al hombro. El pibe que estaba a cargo de la oficina donde antes estaba este depósito de equipajes, no hablaba más que francés. Me explicó y me explicó y yo no entendí nada. Además, se lo veía bastante ofuscado e insistente, tal vez por el hecho de que yo no entendiera francés. Fue la única vez que me encontré con este tipo de situaciones a pesar de tantas historias que ya había oído al respecto. Lo más notable es que tenía pinta de árabe…
Salí a caminar por la ciudad pensando en tomar un café en algún lado y pedir ahí mismo que me cuiden la mochila.
Lo que tenía planeado era aprovechar mi pase de tren (lo podía usar todo el día) y visitar tal vez algún pueblo cercano a los Pirineos, límite entre España y Francia.
En la oficina de turismo pregunté donde podía dejar mi mochila y me indicaron que vaya al museo de arte. En el museo saqué la entrada más barata y ahí mismo me indicaron que debería dejar mi equipaje en la custodia. El que me indicó el camino hacia el guarda equipaje también parecía africano del norte y no tenía muy buena onda. Eso hasta que me preguntó de dónde era y yo le dije. Inmediatamente le cambió la cara, me sonrió e enseguida empezó a hablarme ¿de qué? Sí , de fútbol. La verdad, a muchos no nos apasiona tanto el fútbol, ¿no? Pero la conocida pasión argentina y nuestro equipo, bueno, malo o escandaloso, nos salva algunas veces.
Salí a caminar por las calles de Montpellier. Ya había notado que en el boulevard que parecía central, había una feria en la que vendían de todo y estaba lleno de gente. El sábado estaba soleado y agradable. Me senté en una mesita en la plaza, en una zona bien animada, y me pedí una jarrita de vino y una “omellette”. Fue la primera tarde europea en la que disfruté del solcito y de estar al aire libre desde que opuse el primer pie allá, en el norteño y frío Estocolmo. Cancelé todos los planes de visitar ningún otro pueblo francés y decidí tomar directamente el tren a Barcelona.
Mi viaje iba todos los días. Esa tarde en Montpellier me dediqué a una actividad que me encanta; caminar por las amplias peatonales y literalmente perderme en las callecitas de la parte más antigua de la ciudad. Estas callecitas europeas, creo que ya lo comenté, fueron una de las cosas que más me gustaron de mi viaje a Europa.
También, había una carpa amarilla brillante en la plaza con una exposición especial de los productos de los Pirineos franceses. Vinos, dulces, quesos, artesanías y turismo. Muy interesante.Francia me despidió muy bien, con un lindo día.