Con Mamá hicimos una limpieza de los áticos, las partes altas y oscuras del pasillo del departamento treinta y siete. Cuando se entra en ese lugar (solamente la cabeza, más no se puede) se ven resabios del pasado. Porque ahí está la pintura que había en las paredes antes de que se hicieran aquellas reformas. Un grupo de arqueólogos nos acompañó, interesados en restos arcaicos y de épocas primitivas que pudieran permanecer ocultos ahí arriba, en “el altillo”.
Es notable como se ha achicado ese espacio. Cuando era chico, había ahí espacio para muchas mas cosas. Esta vez, lo vi pequeño y reducido aunque de acceso dificultoso.
Sacamos bolsas que hace años duermen en ese lugar oscuro, las dejó mi hermano menor antes de partir en busqueda de fortuna y ricas herederas del trono de Transylvania.
Mamá quería tirarlo todo a la basura y yo le pedí que no lo haga. Entre esas cosas había una funda de almohada, tesoro de otros tiempos que ya no volverán. Mamá me la metió en la mochila antes de irme. Fue buena idea, ahora la uso y me encanta tener algo de lo que Seba tenía en su departamento de San Isidro.